lunes, 8 de junio de 2009

El cuento

Azul
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Blú se levantó a toda prisa cuando se dio cuenta de la hora. Hoy era el gran día y él se había vuelto a quedar dormido. Toda la vida le pasaba lo mismo: llegó tarde al reparto de animales, de plantas, de ríos y lagos, de todo. Por eso siempre le tocaban las cosas más extrañas, las que nadie se atrevía a coger. Tenía ya una planta carnívora gigante, unos peces con ojos saltones y sonrisa torcida, unos animales gigantescos y torpes, con pinchos y escamas, y un pantano con monstruo incluido. Atsurra se reía de él y conseguía que Blú no sólo estuviera nervioso, sino enrabietado. Pero en el fondo, cada vez acababa por animarlo. La planta carnívora era muy original y en realidad les hacía un favor al comerse a los molestos mosquitos; los peces eran divertidos y se podía jugar a imitar sus caras; los animales eran mansos y cariñosos y podías recorrer el planeta montado sobre ellos como si fuesen caballos.
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Pero lo de hoy era demasiado. Ni Atsurra conseguiría relajarlo. La encontró, efectivamente, con los brazos cruzados –lo que era una clara señal de enfado en ella- y dando golpecitos impacientes con el pie.
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-¡Teníamos que haber estado en la tienda hace horas! -le dijo nada más verlo. Y le hizo sitio en el unicornio que montaba, que era como habían bautizado a un animal muy parecido a un caballo, pero con un cuerno. Como siempre, un bicho muy raro.
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Cuando por fin llegaron, el viejo tendero estaba ya echando el cierre. Se notaba que había habido un montón de clientes por las pisadas, los restos de bolsas de papel y de colores desparramados aquí y allá; incluso el cartel que ponía:
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GRAN REPARTO DE COLORES PARA TODOS LOS PLANETAS
Ponte a la moda: deja atrás el viejo blanco y negro y llena de los colores del arcoíris tu planeta
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estaba roto y ladeado. Atsurra se adelantó:
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-Hemos venido al reparto. Somos del planeta G-312.
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-¿Al reparto? Si aquí ya no queda nada –dijo el viejo consultando su reloj-. Creí que ya habían venido de todos los planetas. ¿Pero cómo es que venís tan tarde? La convocatoria era a las diez y van a ser las doce.
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-Es que venimos de muy lejos –improvisó Atsurra-. Y el unicornio se cansó a mitad del camino y…
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-¡Claro! –la interrumpió el tendero-. ¡Los del unicornio! ¿Es que nunca podéis llegar a tiempo? El caso es que ya todos los colores se me han acabado. Lo siento, tendréis que conformaros con un planeta en blanco y negro. Es una pena. El del planeta Tierra se llevó de todos los colores y creo que le está quedando un mundo hermoso…
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Atsurra iba a protestar, pero no le dio tiempo. La cara de Blú era tan triste que conmovió al viejo antes de que ella hubiera podido decir nada; antes de poderle decir que todos habían acordado que los planetas tendrían colores, que ella ya se imaginaba a las plantas carnívoras verdes y al cielo azul y a los soles amarillos.
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-...bueno, creo que me queda un poco de azul –estaba diciendo el viejo mientras buscaba en la trastienda-. Sí, aquí está –y le entregó a Blú unas brochas y un gran bote de pintura azul-. Habéis tenido suerte, después de todo.
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¿Suerte? Blú estaba a punto de ponerse a llorar. Se había imaginado un mundo hecho con matices infinitos, animales de muchos tonos, todo se distinguiría por su color. Y ahora el tendero les echaba de ahí con un único y miserable bote de pintura azul. Sin embargo, para su sorpresa Atsurra no siguió protestando ni nada, con lo que era ella. Se despidió con educación del viejo, que desapareció detrás del cierre, y lo arrastró junto con el bote de pintura hasta donde el unicornio.
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Durante el largo viaje de regreso no dijo ni palabra, pero Blú sintió que no estaba triste ni enfadada ni preocupada. Parecía incluso feliz.
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-¿No estás enfadada, Atsurra? –le preguntó cuando llegaron.
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-¡Qué va! Si los demás se creen que nos hemos fastididado se equivocan -le contestó ella mientras manejaba embases, botes vacíos, agua y palos. Comenzó a echar pintura azul en todos ellos en diversas proporciones y los mezcló con los colores que ya tenían, con los que todos los planetas venían de fabricación: el blanco y el negro.
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Al principio Blú no hizo nada y se limitó a mirar con los ojos muy abiertos a Atsurra mientras trabajaba, hasta que se dio cuenta de que no estaba haciendo otra cosa que crear colores, infinitos tonos de azules que iban desde uno muy clarito con el que pintaron después el cielo de día, a uno muy oscuro con el que pintaron el cielo de noche. Allí había azules-cielo, azules-mar, azules-río, azules-montaña. Toda una gama maravillosa de colores.
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Cuando acabaron de pintar todo el planeta se dieron cuenta de que habían creado un mundo muy hermoso, mágico.
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-Ahora tendremos que bautizar al planeta como Planeta Azul –dijo Blú contemplando el mundo azul a su alrededor-. ¡Ha quedado muy bonito!
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-Mucho más original que si hubiérmaos utilizado todos los colores –respondió Atsurra mientras montaba en su unicornio azul y se iba a pasear por las montañas violetas y celestes que se alzaban a lo lejos.




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Estos son los dibujos que han hecho del cuento Ainara, Chiara, Marina y Mikel.

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