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Con estos personajes se inició nuestra largo viaje a Ítaca, la isla de Ulises y nuestro hogar. No sabíamos entonces todas las aventuras que nos esperaban ni que tardaríamos diez años en llegar a casa...
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Poseidón y Zeus tuvieron mucho que ver con las aventuras y desventuras que vivimos. Poseidón nos lo puso muy difícil porque estaba enfadado con nosotros: habíamos dejado ciego a su hijo Polifemo (claro que él quiso comernos uno a uno). Por suerte para nosotros, Zeus, el rey de los dioses, nos tenía simpatía.
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Varios "Polifemos" listos para devorarnos. Menos mal que Ulises era muy listo e ideó un ingenioso ardid para librarnos del cíclope. Con una gran estaca de madera, tamaño tronco de árbol, lo dejamos ciego y huimos agarrándonos por debajo a las panzas de sus ovejas para que no se diera cuenta de nuestra fuga. Cuando corrimos hacia nuestras naves, Polifemo alertó a todos sus hermanos cíclopes diciéndoles que "Nadie" lo había engañado y dejado ciego y que "Nadie" se estaba escapando. Lógicamente, los cíclopes le contestaron que si nadie lo había perjudicado, entonces, ¿cuál era el problema? Es que el astuto Ulises le había dicho que ese era su nombre. Nos quedamos con la treta para usarla en caso de necesidad.
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La hechicera Circe se aprovechó de que estábamos hambrientos para convertirnos en cerdos. Así quedamos algunos. Menos mal que uno de nosotros, que no tenía tanta hambre, huyó y le avisó a Ulises, que nos estaba esperando cerca de los barcos. Además, Zeus intervino para ayudarnos: envió a su mensajero, Hermes, para que nos indicara con qué hierba mágica podíamos protegernos de los sortilegios de la temible maga.
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Las pérfidas y hermosas sirenas intentaron atraernos con su canto hacia las rocas para que nos estrelláramos. Por suerte, Circe nos previnó y nos tapamos los oídos con cera. Todos menos Ulises, que quiso escuchar sus mágicas voces. Pero lo atamos bien al palo mayor y por más que quiso, no pudo soltarse.
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Las pérfidas y hermosas sirenas intentaron atraernos con su canto hacia las rocas para que nos estrelláramos. Por suerte, Circe nos previnó y nos tapamos los oídos con cera. Todos menos Ulises, que quiso escuchar sus mágicas voces. Pero lo atamos bien al palo mayor y por más que quiso, no pudo soltarse.
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Uno de los peores momentos de nuestro viaje fue cuando tuvimos que navegar por un paso muy estrecho: a un lado nos esperaba Caribdis, el gigantesco remolino que se tragaba sin piedad barcos enteros, y al otro, Escila, el terrible monstruo de sies cabezas que se alimentaba de personas. Nos decidimos por el lado de Escila. Al menos allí teníamos la posibilidad de luchar...
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Cuando por fin llegamos a Ítaca, Ulises se transformó en mendigo. No queríamos que lo reconocieran los malvados pretendientes de Penélope, su novia, que lo seguía esperando. Los pretendientes querían casarse con ella y quedarse con el trono y las riquezas de Ulizes, por lo que le decían que seguramente ya habría muerto. Pero ella no se lo creía.
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Las "Penélopes" eran también muy listas. Así que para engañar a los pretendientes les dijeron que se casarían con ellos cuando acabaran de tejer una capa. Pero mientras que por el día tejían, por la noche hacían lo contrario: deshacían lo hecho. Al final, Penélope inventó una nueva prueba: el que tuviera mejor puntería con las flechas podría casarse con ella. Claro que el mejor arquero fue, para sorpresa de todos, un mendigo que pasaba por ahí...
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