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Así que al encontrarse con el muro, el niño se puso a dibujar. Empezó haciendo un sombrero rarísimo. No se sabía muy bien si estaba de frente o de lado; eso sí, parecía un sombrero de bruja. Después siguió con una cabeza, con una barbilla muy puntiaguda, en la que colocó una nariz con verruga, dos ojos, una boca llena de dientes. Lo curioso es que la nariz estaba al lado izquierdo y la boca al derecho y que un ojo miraba de perfil y el otro de frente. Ummmm.... este niño no parecía saber dibujar muy bien.
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Luego, fue apareciendo el cuerpo del personaje en cuestión. Definitivamente era una bruja. Tal vez por eso tenía el poder de mirar hacia uno y otro lado a la vez.
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Los niños que había por ahí empezaron a curiosear y a reirse un poco de la Bruja Cubista. ¡Pero qué estrafalaria era! Había por allí también unos vecinos que hicieron corrillos y se dedicaron a murmurar. Eso comenzó a enfadar a la Bruja Cubista.
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Mientras tanto, el niño, ayudado por su hermana pequeña, decidió darle color. Por suerte, junto al carbón, traía unos sprays en los bolsillos. La Bruja ya estaba lista. Así lo debió de sentir ella misma porque se le empezaron a mover los pies y, ¡zás!, de un salto bajó del muro. Entonces sí que crecieron los murmullos y las risas. Y como a nadie le gusta que se rían de uno, la Bruja Cubista, en venganza, comenzó a hacer pequeñas maldades: le tiró de la coleta a un niño, le quitó los caramelos a una niña, le puso una zancadilla a otra... Pero al final, claro, lo único que consiguió fue que todos la dejaran de lado. Y se sintió muy sola. Y muy triste. Y muy incomprendida.
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Las niñas y los niños, que en realidad tampoco habían tenido intención de hacerle daño, decidieron ayudarla. Para alegrarla un poco le prometieron que buscarían muros para crear personajes que fueran como ella. Así tendría una pandilla. Así todos tendrían más amigos.
Si queréis ver a los miembros de esa nueva pandilla, tenéis que mirar un poco más abajo. Pero podemos adelantaros que la Bruja Cubista nunca más se sintió sola.
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