lunes, 16 de noviembre de 2009

El cuento

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Alambreman
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Alambreman saltó de la cama: otra vez se le hacía tarde para la reunión anual de súper héroes. Segurísimo que ya estaban todos sentados en círculo, contándose las aventuras más espectaculares que les habían ocurrido a lo largo del año. Lógico: Superman iría volando, más rápido que un rayo; Batman, a 300 kilómetros por hora en su nuevo batmóvil último modelo; y la Mujer Maravilla corriendo, veloz y ágil como un guepardo.
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El flaco Alambreman se transformó en resorte y se fue presuroso dando brincos por las calles. Mientras saltaba iba pensando en la hazaña que contaría ese año. Como eran tantos los súper héroes y súper heroínas cada uno sólo podía relatar una proeza. Era fundamental elegir bien porque la mejor de todas era publicada en los periódicos en primera plana. Alambreman ya sabía perfectamente cuál iba a contar. Le habían pasado muchísimas cosas interesantes ese año, pero sin duda la mejor de todas era aquella.
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En eso iba pensando, cuando vio a un viejo sentado en la acera, con unas gafas rotas en la mano. El hombre se lamentaba de su mala suerte.
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-¿Qué te ha pasado, hombre? –le preguntó.
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- Es que se me ha roto la montura de mis únicas gafas y no tengo dinero para comprar otras… ¿Ahora cómo les voy a leer cuentos a mis nietos? ¿Cómo voy a leer el periódico?
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Alambreman se sintió muy contento de poder ayudar. Con sus súper poderes hizo aparecer un pequeño trozo de alambre con el que pudo sujetar la pata rota de la montura. Seguro de que el apaño le serviría al viejo durante un montón de tiempo, se despidió y continuó saltando rumbo a la convención.
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Al llegar,ya hacía rato que todos los súper héroes estaban reunidos contando sus súper anécdotas. Pudo oír como la Antorcha Humana los estaba dejando a todos boquiabiertos narrando cómo había socorrido un avión que se iba a estrellar contra una montaña de hielo derritiendo levemente el pico de esta. Luego, Aquamán contó que gracias a sus poderes mentales había logrado que unas ballenas se llevaran hasta el fondo del mar una bomba que de haber estallado habría aniquilado a medio planeta. Por último, La Masa decía a quien quisiera oírlo que había logrado salvar el mundo de un exterminio seguro: sólo con las fuerzas de sus puños desnudos había podido atajar una lluvia de mortíferos meteoritos.
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Los súper héroes ya iban a elegir el mejor acto heroico del año cuando Ultra Siete divisó en un rincón a Alambreman.
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-Esperad antes de votar, chicos. Todavía falta que nos cuente algo “Fideoman”.
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Una gran risotada burlona retumbó en la sala. Alambreman no pareció enterarse. Estaba acostumbrado a que lo llamaran “Fideoman”, “Palilloman” y otras cosas peores. Y estaba, además, muy seguro de lo que iba a contar:
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-Veréis –empezó algo nervioso-. Me ha pasado de todo este año, pero creo que mi mejor acción ha sido esta: había un niño que tenía que jugar su primer partido de fútbol de la liga de colegios. Si no lo hacía su equipo sería desclasificado porque no tenían suficientes jugadores. El caso es que el pobre había perdido uno de sus cordones y se le salía la bota. ¿Pues qué creéis que pasó? Usamos uno de mis súper alambritos como cordón y pudo jugar. ¡No ganaron, pero estuvieron muy bien!
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Alambreman esperó orgulloso la reacción de los demás. Sabía que lo que había hecho no era una proeza del estilo salvar el planeta, pero era importante. Los niños son importantes. Hacer feliz a las personas es importante. Seguramente incluso muy importante. Por eso jamás se imaginó que recibiría burlas y chiflidos, una lluvia de carcajadas mordaces y crueles. Triste, con la cabeza hundida entre sus hombros de alambre, abandonó la convención sin que nadie siquiera se diera cuenta de su partida.
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Decidió ir andando a casa. No tenía ganas de brincos, ni tampoco ninguna prisa. Es más, se planteaba dejar el oficio de súper héroe. Estaba claro que no valía. Iba tan sumido en sus pensamientos que por poco no vio a su viejo amigo Calder, el artista. Calder tampoco reparó en él. Estaba, él que era todo vigor y alegría, mustio, pensativo.
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- ¿Pero qué es lo que te pasa, amigo mío? ¿Por qué esa cara tan triste?
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Calder se rascó la cabeza, blanca como la nieve, y le contó que había prometido a las niñas y niños del pueblo una sorpresa, una actuación de su maravilloso circo. Pero como no tenía dinero todos los artistas de su circo habían tenido que marcharse a buscar trabajo a otra parte.
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-¿Qué voy a hace ahora? –decía lanzando puñetazos al aire-. Quería hacer reír a los niños.
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Alambreman tuvo una gran idea. Sabía que Calder tenía unas manos mágicas, capaces de fabricar un león con unos trapos y alambre, una bailarina, con papel y alambre, un domador, con cartón y alambre. Así que le propuso unir sus poderes. Y juntos lograron crear un circo completito, con sus payasos, equilibristas, malabaristas, magos, trapecistas.
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Fue un éxito absoluto. Alambreman volvió a oír, por segunda vez en el día, grandes risas y carcajadas alrededor suyo. Pero esta vez él también reía.
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A la mañana siguiente, cuando fue a ver el periódico vio, efectivamente tal y como esperaba, los grandes titulares hablando de la convención de héroes. Ni siquiera se fijó en cuál había sido la proeza del año. En cambio sí que leyó detenidamente una noticia, algo más escondida, en la que se contaba como la alegría había visitado a las niñas y niños del pueblo. Y eso era muy importante.

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