lunes, 17 de mayo de 2010

Breve historia de un gran caballero

En un lugar de la Mancha, vivía Alonso Quijano, un señor al que le encantaba leer libros de caballería. Tenía una imaginación portentosa y una fantasía aún mayor. Por eso no le costó nada fabricar un mundo como el de los libros de caballería que tanto le gustaban y hacerse caballero. Rescató una vieja armadura, un yelmo, un escudo y una lanza y se bautizó como Don Quijote de la Mancha.
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Como Don Quijote, los talleristas tienen una imaginación muy rica, por eso, cada uno creó un caballero a su medida. Como veis, las posibilidades de Don Quijotes son infinitas...

Después de algunas desventuras, Don Quijote pensó que le hacía falta un fiel escudero y eligió para el puesto a un campesino, al que bautizó como Sancho Panza. Sancho Panza, a diferencia de Don Quijote, era un hombre con los pies bien puestos en la tierra, que ataba corto a su imaginación. Ni falta que le hacía. Su señor Don Quijote ya tenía de sobra para los dos. (Por cierto, Sancho Panza iba en un asno llamado Jumento, sino le hubiera sido imposible seguir a Don Quijote).

Don Quijote en cambio iba montado, cómo no, en un caballo, al que había llamado Rocinante. Era un animal que se parecía a su dueño: flaco, desgarbado y muy decidido.

Una de las aventuras más célebres de Don Quijote es la de su encuentro con los gigantes... ¿o eran molinos de viento?



Otro personaje importante de la historia es la amada de Don Quijote, la señora Dulcinea del Toboso. En realidad era una campesina, pero él la veía como una princesa. (Y los talleristas, como buenos quijotes, también).
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Las ventas (los hostales de la época) jugaron un papel muy importante en la historia del bueno de Don Quijote. Más de una vez tuvo que salir corriendo y enfadarse con los posaderos, que no compartían su manera de ver el mundo.

Al final de la historia, un vecino de Don Quijote se hizo pasar por el Caballero de la Blanca Luna y lo retó a un enfrentamiento. Si ganaba él, Don Quijote tendría que volver a ser Alonso Quijano y retornar a casa. Y así fue.


Una vez en casa, Alfonso Quijano admitió que todo había sido producto de su locura, poco antes de morir. Sancho, por su parte, le habló de todas las aventuras que habían vivido juntos, le recordó a Dulcinea, a los gigantes, a los viajes y le suplicó que no se dejara morir. Pero ya no había nada que hacer. Eso sí, el espíritu de Don Quijote ha seguido vivo a través del tiempo. Muy vivo.

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