lunes, 25 de mayo de 2009

Ciudad en construcción

Estamos construyendo una ciudad, una gran ciudad imaginaria, donde cabe todo lo que queramos: casas en árboles, chiringuitos playeros, estadios, puentes, talleres, caravanas, castillos. Las obras todavía están en proceso, pero prometemos tardar menos que Gallardón.

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árbol de Nuria
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Casa en lo alto, en obras, de Tomás
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Casa y edificio de Samuel (sin acabados)
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Anuncio (del hipódromo) de Mónica
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Estadio de fútbol y jugador del Barça, de Mikel
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Chiringuito playero de Marina
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Castillo en construcción de Leo
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Estación de tren de Jose
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Castillo de Gabriela
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Puente con peces y patos de Eneko txiki
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Caravana en proceso, de Chiara
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chalet de Carmen
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Edificio de Ainara

¿Qué es la arquitectura?

Esto es lo que nos respondieron los talleristas. Puede que no sean definiciones exactas, pero van al grano.

Es construir.
Es diseñar edificios y casas.
Las casas se construyen.
Es como montar algo con piezas.
Como con los legos.
Se describe algo, una construcción.
Construir con muchos materiales.
Hacer cosas construyendo.

¿Es un arte?
¡Síiiiiiiii!

El cuento


El bosque

Cuando Moluda llegó a la ciudad era de noche. Por eso, entre el sueño que bailaba en sus pestañas y el asombro, se quedó muda contemplando las luces, los parpadeos que salían de las enormes cajas de cartón que parecían los edificios.
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Moluda vive en las anchuras de un desierto. Su pueblo es pobre, no posee sino lo justo para vivir; aunque, en cambio, tiene dos cosas que son muy valiosas en las ciudades: espacio y tiempo. Los días de Moluda y los suyos transcurren lentos y tranquilos; sus ojos negros se pierden en la arena que lo ocupa todo.
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Moluda había ido a pasar el verano junto a unos amigos. A la mañana siguiente a su llegada, lo primero que hizo fue mirar por la ventana de su habitación. Se quedó pasmada. Sus ojos, aunque grandes, no le alcanzaban para verlo todo: había edificios, casas, tiendas, parques, fuentes. Su mirada estuvo todo el rato tropezando con cosas y colores. Casi fue imposible arrancarla de la ventana para que fuera a desayunar. Tenía mucho más angurria de ver cosas que de comer, quería llenarse los ojos hasta sentirse harta.
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Y fue lo que hizo en los días que siguieron. La ciudad le pareció un bullicioso bosque de hormigón, con edificios y casas con sus raíces hundidas en el cemento. Un bosque diverso y extraño.


Al volver al desierto, Moluda se sentó junto a sus hermanos y aprovechó el fresco del crepúsculo para contarles cómo era una ciudad.

Había una vez, dijo, y se hizo un silencio mágico a su alrededor. Había una vez un bosque de cemento y tierra en el que vivían muchos árboles muy diferentes. Algunos amaban la luz: eran troncos fuertes llenos de agujeros que la dejaban pasar para jugar con ella en su interior. Estos árboles eran seres luminosos y llenaban de paz y alegría el corazón. Otros daban un poco de miedo, parecían fríos y graves, petrificados, aunque si te acercabas un poco, por dentro eran más bien lugares serenos y frescos, que guardaban el paso del tiempo en sus rincones. También había árboles enormes y gruesos, con bocas muy abiertas, como cuevas imponentes que, no obstante, dejaban que los rayos del sol los atravesaran, tomando prestados los colores que encontraban por el camino.

En otra zona del bosque habitaban árboles más humildes, hechos de retazos y de parches. Parecían tremendamente desordenados, pero llenos de vida. Si pegabas el oído a sus troncos de latón podías escuchar su corazón latiendo. Muy cerca de ahí había árboles viajeros, incapaces de estarse quietos. Tenían cuatro patas y estaban siempre listos para partir, una vez que se cansaran del paisaje. Y luego estaban los árboles altos como gigantes, que miraban orgullosos a sus hermanos más pequeños y que presumían de las caricias de las nubes y de las cosquillas que le hacían al cielo. Había también árboles inmensos y laberínticos, de otro tiempo, que parecían embrujados y que escondían secretos dentro.

Los hermanos de Moluda la escucharon fascinados. Nunca habían oído historias sobre un bosque tan fantástico, habitado por árboles tan prodigiosos y extraños y les costaba mucho imaginárselos en medio de las dunas de arena, refugiados en su haima, hecha de tela y de cuerda. Le preguntaron por los nombres de esa especie de árboles plantados en el asfalto.
Unos se llamaban casas, otros chabolas, otros iglesias, otros caravanas y muchas cosas más.

En eso continuaron pensando mientras las estrellas fueron llenando el cielo, hasta que al final, todos se fueron a dormir. El desierto dormía apacible. Al otro lado del mundo, la ciudad palpitaba bulliciosa, inquieta.

La música

Esta vez le tocó el turno a un músico cubano, Ignacio Jacinto Villa-Fernández (1911-1971), cantante, compositor y pianista, más conocido como Bola de Nieve, que nos acompañó con su humor y su música, llenos del pulso y sabor de las calles de Cuba.

Para muchos entendidos, Bola de Nieve fue uno de los músicos más geniales y representativos de la isla. Durante muchos años emitió en radio El gran show de Bola de Nieve (parte del cuál escuchamos en una grabación recogida en un CD), en el que cantaba acompañado por una orquesta e invitaba a artistas nacionales e internacionales de renombre.

Bola de Nieve expandió la música de su tierra natal por todo el mundo.


lunes, 18 de mayo de 2009

El mural de carboncillo, pasteles y tiza

Trabajo mural colectivo hecho con carboncillo, pasteles y tiza. A continuación, los muros y detalles de los trabajos hechos por los talleristas:
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La Galería. Carboncillo

La magia del carboncillo. Los talleristas probaron a hacer trazos con el dúctil carboncillo, a emborronar, crear sombras, manchas, ensuciarse las manos, añadir toques de colores con pasteles, volver amborronar. Los resultados, como siempre, sorprenden:
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Mujer hecha por Marina
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Desnudo de Marina
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El yin y el yang, de Tomás
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El grito (¡aaaa!), de Samuel
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Fútbol, de Mikel
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El penalti, de Mikel
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Barco en el mar, de Leo
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Las profundidades del mar, de Jose
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Obra de Gabriela
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Obra de Eneko txiki
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Obra de Chiara
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El cerdo de Nuria
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El cerdo de Carmen
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Obra de Ainara

La Galería. Carboncillo taller adultos

También los mayores disfrutamos con el carboncillo y los pasteles, dejándonos llevar por su magia.
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Desnudo de Sito
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Mujer de fuego de Verónica
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Mujer de agua de Verónica
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Versión de El Grito de Esther
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Hombre de Elena
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Mujer del desierto de Elena
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Desnudo de Alicia

Pensar dibujando. A vueltas con los símbolos

La propuesta fue la siguiente: primero había que escoger una palabra especial; no necesariamente una que nos gustara mucho, podía ser también una que no nos gustara nada, una que por cualquier razón -por su sonido, por su significado, porque sí- fuera importante para nosotros; valía incluso inventarse una palabra; luego había que crear un animal, imaginar una criatura que representase en alguna forma la palabra en cuestión.
Estas son las palabras elegidas y los dibujos que las simbolizan:
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La palabra de Leo: respeto
Su animal: una especie de rinoceronte,
bien pertrechado para que nadie se meta con él
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La palabra de Mikel y su animal: pokemon
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La palabra de Eneko txiki: pantalón
Su animal: uno que no los lleva
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La palabra de Gabriela y su representación: moco
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La palabra de Tomás: miedo
Su animal: una serpiente que lo infunde
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La palabra de Ainara: luna
Su animal: un perro-luna
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La palabra de Jose: fauces
Su animal: uno que las muestra
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La palabra de Marina: cumpleaños
Su animal: cara de tarta, patas de velas, cola de globo...
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La palabra de Nuria y su criatura: coche
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La palabra inventada de Chiara y su animal: chagadon
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La palabra de Carmen y sus animales: cerdo
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La otra palabra de Mikel y su animal: barça
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La palabra de Samuel: ¡aaaa!
Su animal: una tortuga con cara de televisor en el que aparece
una versión de El Grito de Munch