Mario López Selles
¿Se podría lograr que todos tuviéramos un trozo de la tarta? Pues sí, pero con una condición: que todos los trozos fueran más pequeños. Es así de fácil. Mientras unos tengan sueldos millonarios habrá muchos para los que no queden ni migas. ¿Cómo habría que hacerlo? Está claro que, si el sistema de reparto se basa en ciertas “libertades individuales y demás valores democráticos”, no vamos a conseguir nada: con el cálculo egoísta, la santa libertad de un banco para retribuir a sus consejeros como les dé la gana y los democráticos valores del libre mercado lo único que cabe esperar es que el más rápido, el más listo o el que tenga la cuchara más grande (y de plata) se lleve siempre el trozo más grande. Así, ¿cómo esperamos que haya tarta para todos?
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Hay quien cree que una persona más inteligente, mejor preparada o que hable más idiomas es natural que gane más dinero y viva mejor que una persona torpe, menos inteligente o incapaz de aprender inglés. Yo estoy convencido de que todos tenemos el mismo derecho a nuestro lugar al sol. También los tontos, los feos y los que no espabilamos. La vida no es una película: no la protagonizan sólo los más atractivos. Estoy con los secundarios, con los que salen desenfocados en segundo plano, con la gorda a la que empujan en la persecución, con el cojo que le vende el periódico a la chica y luego ya no vuelve a salir en toda la película.
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¿Que por qué no se hace de inmediato? No queremos una peli sin estrellas, porque nos han convencido de que todos podemos llegar a ser protagonistas. Nos pasamos la vida esperando nuestra oportunidad y, cuando nos queremos dar cuenta, ya ha salido el The End y ni siquiera aparecemos en los títulos de crédito. ¿Es mejor no merendar con la ilusión de un trozo grande o comerse un trozo pequeño y de verdad para todos?
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