domingo, 25 de enero de 2009

El cuento

Desde el sofá
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A Tomás.
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«Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón» (Henri Matisse)

Antes las señoras eran en blanco y negro. Y también los señores, los animales, las ciudades, las playas, los desiertos, el campo y todo lo demás. Todo lo que estaba al alcance de nuestros ojos. Al menos, eso es lo que cuenta Josefina, mi abuela. Yo no estoy muy segura de creerle, porque no anda muy bien de la cabeza y su memoria parece un ovillo de lana enredado; además, no ve ni torta y confunde al perchero de la entrada de casa con mi padre. A veces incluso piensa que yo soy su madre, o peor, ¡su abuela!, pero es verdad que cuando cuenta esas cosas tan raras parece muy segura de sí misma. Ella dice que los colores llegaron un día de invierno, en el que todo estaba muy frío y gris. Soplaba un viento huracanado que no paró en todo el día y el mundo parecía oscuro y triste.

Yo, la verdad, a veces creo que mi abuela veía todo en blanco y negro por el hambre, porque cuando era niña corrían tiempos muy difíciles y no había mucho que comer y cuando uno tiene hambre, pero hambre de verdad, te duelen las tripas y todo parece más apagado y sombrío.

El caso es que esa noche de invierno mi abuela se fue a acostar soñando con churros y chocolate como hacía de costumbre. Ojalá la vida fuera más fácil y más alegre, ojalá su cama fuera más cómoda y calentita, como parecía el sofá que vendían en el escaparate de la tienda más grande de su pueblo, el que le hubiera gustado regalarle a su padre para que pudiera descansar de su duro trabajo de labrador y sentarse a gustito a contemplar el campo, todo gris y pelado, siempre según mi abuela.

Dice ella que la noche esa, la del viento fuerte, no consiguió dormir, como, por otra parte, le pasaba con frecuencia a causa del frío. Así que pudo ver desde su cama, por la ventana de su habitación, como caía una nevada espectacular, con copos espesos y abundantes que no cesaban de escaparse del cielo. Los copos, cuenta ella, además de espesos, eran de colores.

Por supuesto, pensó que era un sueño. Pero a la mañana siguiente cuando la despertó el canto del gallo se dio con la mayor sorpresa de su vida. Allá afuera se veía todo el campo cubierto por un manto que no era blanco sino rojo, azul, amarillo, violeta, marrón, verde, celeste, en fin, multicolor. Sin poder contenerse, se puso las botas encima y salió corriendo a jugar con la nieve milagrosa. Estaba haciendo un muñeco cuando de repente notó que al mancharse con ella sus manos se volvían verdes y su pelo rojo; todo, todo lo que cubría la nieve cambiaba de color. Emocionada y feliz se puso a pintar la cosas: su cabaña la tiñó de amarillo y a las matas de la entrada las hizo rojas; los árboles del patio los pintó de azules y celestes y de amarillo limón a las vacas; para el cielo eligió rojos y naranjas encendidos y para el río diversos tonos de violeta. Era como pintar un cuadro, pero un cuadro muy a tu aire. Después de darle color a todo, se hizo un sofá de nieve, color rojo oscuro, y se sentó a contemplar su creación a gusto, tan a gusto como lo habría hecho su padre en el sofá de la tienda. Los colores le dieron paz y calorcito, ese que viene de adentro y que parece un sol amarillo brillando dentro de nuestro pecho.

-¿Pero cómo es que las cosas son de otro color ahora, abuela?

Mi abuela, que tiene respuesta para todo, dice que después de la nieve llegó una lluvia tórrida que derritió todos los colores que ella había usado y que los arrastró por el río a teñir quién sabe que otros lugares y rincones del mundo.

-¿Y entonces cómo es que el mundo no ha vuelto a ser blanco y negro?

Porque, contesta, habrían caído otras nevadas de colores y algún otro niño habría pintado el mundo a su gusto para sentarse a contemplarlo satisfecho desde un sofá. Para ella sofá significa el mejor lugar del mundo.

- Eso no puede ser verdad, abuela, yo nunca veo que el mundo cambie de colores.

- Será porque con el cambio climático –a veces mi abuela te sorprende con esas cosas- las lluvias ya no son tan fuertes ahora como eran antes.

Yo, por si acaso, pintó en mi bloc de dibujo un universo hecho a mi medida, con los colores que me da la gana. A veces me salen caballos azules y otras, árboles naranjas, depende del ánimo en que me encuentre. Si alguna vez vuelve a caer la nevada de colores quiero que me pille lista para pintar el mundo como a mí me gusta: tranquilo y en paz.

1 comentario:

Madame de Saint Ange dijo...

muy bonito, como siempre.