domingo, 7 de diciembre de 2008

El cuento

Deseo

Mis ojos por fin se han acostumbrado a la oscuridad. A pesar de la piedra de luz que llevo bien sujeta en mi mano, he tenido que esperar un poco, exactamente como me dijo mi madre, hasta que las sombras empezaron a cobrar forma y los objetos se dibujaron nuevamente ante mí. De todos modos, aprieto fuerte la piedra untada de grasa de jabalí, en la que llevo una débil llamita danzarina, mientras me adentro en la caverna.
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Hoy es mi día especial. Todas las niñas y los niños del grupo lo tenemos cuando nuestros cuerpos empiezan a cambiar, cuando dejamos de dormir enroscados en el abrazo tibio de nuestras madres y hermanos más pequeños y tenemos que empezar a buscar un sitio entre los otros, los mayores. Entonces la hechicera nos llama aparte y nos susurra al oído nuestra misión. Lo hizo ya con mis hermanos mayores, con mi madre, con la madre de mi madre y así quién sabe desde cuándo, tal vez desde el principio de los tiempos.

La hechicera es una mujer muy vieja, con todo su cuerpo pellejudo lleno de dibujos extraños y una risa sin dientes que da un poco de susto. Pero es muy sabia, la mujer más sabia del universo. Yo pude ver muchas veces como mandó a otros miembros del grupo a deslizarse por las tripas de las cuevas, adentro, hondo, hondo. Algunos parecen entrar decididos, mientras que otros miden sus pasos y van despacito, como, me he fijado mucho, los cazadores cuando acechan a sus presas; pero también he observado que todos se aferran a la piedra de luz como a un amuleto poderoso contra el miedo.

Yo hago lo mismo. Siento los tambores que suenan afuera tum-tum, cada vez más lejanos. Mi corazón los acompaña: tum-tum, tum-tum. De repente, me tropiezo con una piedra. Me he hecho una herida pequeña en la rodilla, sangra algo. No importa, tengo que seguir, así que continúo andando con cuidado, tanteando el terreno poco a poco. Al final me cierra el paso una gran superficie de roca. Pienso que debe ser ya la pared de los deseos. La ilumino mejor con la lámpara de piedra y me lleno de asombro. Esa pared rocosa guarda los deseos más íntimos de todos los miembros del grupo, de todos los que alcanzan la edad de hacerse mayores. Ahí veo dibujos de caza, de pesca, de frutos, de animales, de mujeres, de hombres, de estrellas y soles. Cada trazo guarda un significado especial, sólo conocido por su autor y por la hechicera.

Ahora me toca a mí. Cierro los ojos y me detengo un momento a pensar, a sentir, como me aconsejó mi madre. Siento como mi deseo se mueve dentro de mí, como baila dentro de mi barriga y me recorre el cuerpo dándome calor. Por si acaso, abro un ojo para verificar que la grasa no se haya consumido, que aún me queda tiempo. Debe ser que ya estoy lista, porque mi deseo está gritándome que quiere salir enseguida. Tum-tum, tum-tum, siguen sonando lejísimos los tambores.
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Yo quiero ser una cazadora. Es un deseo complicado, porque los que cazan en el grupo son los chicos. Pero la hechicera me ha susurrado al oído que yo tengo una misión especial, que mi camino es alimentar y cuidar a los míos, así que no tengo miedo. Veo los dibujos hechos antes. Están pintados con los colores de la tierra, de los minerales, de las plantas con que nos alimentamos. Hace tiempo ya que la hechicera encontró la manera de apoderarse de los colores de la naturaleza. Pero yo quiero que mi dibujo sea único, como mi deseo. Y de repente, me escuece y me acuerdo. Me unto los dedos con la sangre que sale de mi rodilla herida y con ellos pintó una bella cazadora, roja y brillante, que resalta entre las demás figuras de la caverna. Me detengo un momento a mirarla. Es potente y hermosa, así me siento yo ahora con el poder que da querer algo con mucha fuerza. Luego salgo, justo cuando ya no queda casi grasa en la piedra de luz, y voy a abrazar a la hechicera, en medio del baile y del festejo. La vieja me sonríe, lo mismo que mi madre y mis hermanos, que todo el grupo. Yo cojo un arco y una flecha y voy a por mi deseo.mmmmmmmmmmmmmmmm


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