
Se colocan los pigmentos en el mortero para machacarlos lo más posible; luego se echa el polvillo en un recipiente cualquiera (un vaso de yogur, por ejemplo). En otro se mezcla la yema de un huevo con dos cucharadas de agua y se bate bien, como para hacer tortilla (si queremos que la pintura sea más duradera, es mejor quitarle a la yema la membrana que la recubre). Se echa la mezcla de la yema y el agua al recipiente con los pigmentos y se revuelve con un pincel hasta conseguir una pintura de textura suave y uniforme.
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